Si observamos la vida del ser humano como un proceso psicológico evolutivo, vemos que nuestro punto de partida se basa, en general, en la idea que tenemos de nosotros. Esta idea que tenemos de nosotros (el yo-idea) hace que «funcionemos» de un modo determinado: y este «modo» constituye nuestro modo de ser. Esta idea básica, en su funcionamiento, se convierte en un núcleo, actúa como un núcleo respecto al modo de ser.
Pero a medida que la persona va madurando, va descubriendo progresivamente la relatividad de este yo-idea y de este modo de ser, y va viviendo más la profundidad de su yo-experiencia. Entonces, gracias a que se desidentifica del yo-idea y de que vive más el yo-experiencia, éste manifiesta su condición de eje central y se convierte en un nuevo núcleo. En consecuencia, se puede soltar la identificación con el modo de ser, con el yo personal, y se hace posible ir aceptando a los demás con sus otras (y diferentes) formas y modos de ser, los cuales antes se veían con recelo, temor o desconfianza. Entonces, las otras formas dejan de ser problema, dejan de ser enemigos de los que defenderse.
Así se va adquiriendo un sentido de hermandad, o de grupo, o un sentido social; se vive un ensanchamiento del «campo», podría decirse, hasta que llega un momento en que uno se da cuenta de que esta nueva unidad más grande que se forma también tiene un núcleo. Este es un núcleo nuevo, el de un yo-superior (social). Entonces uno percibe las cosas desde este sentido nuevo de aceptación, de hermandad, ve que los demás, las personas, la naturaleza, son también modos de su conciencia. Esta visión que nos conduce a este nuevo centro, el cual es el común denominador de todo este universo individual (pero más expandido), desarrolla entonces una conciencia participativa con todos los demás, formándose así una nueva unidad mucho más amplia.
Pero esta nueva unidad tiene también su propio núcleo o centro superior, y cuando la persona asume completamente este núcleo se siente, se vive, como Yo superior. Luego, a partir de ahí, podrá abrirse a una conciencia aún superior: la conciencia del universo en sí. Entonces descubrirá que el universo en si a la vez tiene un nuevo centro, al cual llamamos la Mente divina, el Ser Supremo, etcétera.
Eso, como vemos, desde el punto de vista evolutivo funciona en un sentido jerárquico, en el cual, siempre, para pasar a una inclusión en un nuevo conjunto, a una unidad o campo más grande, primero la persona ha de centrarse en el núcleo del campo anterior. Es gracias a esta concentración que la persona pierde su identificación y crispación con el campo anterior. Entonces, al sentirse núcleo, es capaz de ‘soltar’, y eso le da libertad para relacionarse con otros campos mayores, a la vez que desarrolla una nueva conciencia de totalidad que también produce su propio centro (o núcleo de esta totalidad). O sea que la cosa funciona como un proceso, como algo sucesivo: campo-núcleo, campo-núcleo, etc.; pero cada vez este campo-núcleo va ascendiendo.
La visión inversa
Esto es así en el sentido evolutivo, pero curiosamente, esto mismo puede verse al revés, desde arriba. Podemos partir de lo Absoluto, como ejemplo. Ahora bien, eso que es Absoluto en el nivel Supremo, eso mismo, en un nivel inmediato al plano Supremo es lo que podemos llamar la manifestación espiritual: el Reino de los Cielos. Esta manifestación total (el Reino de los Cielos) es, en un plano inferior, lo que llamamos el núcleo individual, el espíritu individualizado. Este espíritu individualizado es, en el plano inmediato, su propio universo. Este universo es, en un plano inferior, lo que se vive como fondo del yo-experiencia o realidad ya encarnada. Y a la vez este yo-experiencia es (e incluye) todo el campo vivencial que conocemos como nuestra experiencia fenoménica cotidiana.
Observad que siempre digo: esto que arriba es así, en el plano siguiente (inferior) es…; lo cual quiere decir que desde arriba no hay proceso temporal. Todo es lo mismo sólo que visto en planos diferentes. Todo es actual, todo es presente; es desde abajo que esto aparece como un proceso en el tiempo, como una trayectoria, como una evolución.
Y es que desde el punto de vista fenoménico efectivamente es así, es una evolución de la conciencia. Uno va descubriendo cosas nuevas, va desarrollando aspectos nuevos y va creciendo, pero eso mismo visto desde el otro punto no es así; visto desde lo Superior es una realidad inmanente, en todo momento. Se trata sólo de un problema de profundidad.
Lo que varía es la conciencia que yo tengo de eso. Es por eso que las personas que están en una cierta fase del trabajo interior descubren que en el fondo no pasa nada. Que en el fondo todo es perfecto, que no existen los cambios, que no es necesario cambiar nada. Que la obra de Dios continua siendo perfecta. Y que la imperfección es un modo imperfecto de ver lo perfecto.
Abajo piensan todos; arriba sólo piensa uno. Si uno se sitúa abajo es la batalla campal, es la guerra; si uno se sitúa arriba, es la paz y es el juego. Resumiendo, en la práctica, en nuestro trabajo, siempre se trata de pasar de un campo a un centro.
¿Este centro es la forma de otro campo?
– No. Un centro es, de hecho, una función: hace la función de centro. Lo que ocurre, es que cuando uno descubre un nuevo campo, descubre también que hay un nuevo centro, y entonces el anterior deja de tener sentido, especialmente en el caso del yo-idea.
Pero el mismo fenómeno ocurre en el nivel inmediato superior. Por ejemplo: el Yo-experiencia se descubre como algo que no es más que una realidad que procede de arriba. Pero situado en su propio nivel, entonces el Yo-experiencia es la Realidad. El punto de vista adquiere el valor del lugar desde donde éste se sitúa.
Pero, ¿cuál es el único punto de vista correcto?
– El punto de vista Absoluto. Por eso, lo único que es definitivo es la visión de la Unidad total. Y en la medida en que yo soy capaz de tener la experiencia de esta unidad total o de intuirla, entonces lo parcial funcionará bien. Lo que ocurre es que estamos tan acostumbrados a ver las cosas desde el punto de vista contrario, que esto nos parece imposible.
Y en lo personal, ¿cómo llego a solucionar mi problema? ¿cuándo dejo de temer a los otros, a los demás?
– Cuando tengas conciencia de que tú eres los demás. La conciencia nueva de totalidad soluciona la conciencia de parcialidad. Esta conciencia parcial queda superada, curada (podríamos decir) en lo que tiene de limitación. Cuando se ve desde lo otro, no hay limitaciones. Se trata de ver que Eso, lo otro, ya está ahora. No es algo que deba conseguirse, que tenga que fabricarse, ya Es, ya está; es la única realidad, la cual se está expresando en planos más particulares. Todo depende de dónde se sitúa nuestra conciencia personal. Cuanto más alto se sitúe y desde allá se viva, más se solucionará lo que está abajo; instantáneamente.
Podemos añadir que el hombre no puede llegar a esta conciencia de totalidad hasta que él se vive bien como individuo. No puede llegar a una vida auténtica de comunicación con los demás, hasta que todo su universo interior no está realmente integrado, realizado, y él asume el centro de este universo interior.
Antonio Blay, “Conciencia, Existencia y Realización. Lecciones y Diálogos”,
Nov. 1995. Cap. 1. Proceso evolutivo de la vida humana.
#revistanuevaera