EL DESARROLLO DE LA INTUICIÓN

La intuición es la facultad que tenemos mediante la cual nos es posible en ciertos momentos conocer una verdad sin pasar por los canales intermedios de los procesos lógicos, e incluso llegar a conocer una verdad sin tener todos los datos que nos pueden conducir a ella. Esta facultad existe, y con esto no nos referimos solamente a las experiencias de los grandes intuitivos -de las cuales hay ejemplos abundantes, demostrados en cosas que han resultado ser muy importantes, históricamente hablando-, sino que también la podemos ver en nuestra particular experiencia personal si aprendemos a observar. Este tipo de verdades que nos es dado conocer sobre algo, pueden referirse a campos muy diversos; lo mismo pueden referirse a cosas concretas de nuestra vida cotidiana, hechos sencillos, materiales, como pueden referirse a cosas de tipo técnico, científico, filosófico, como verdades superiores, etcétera. La intuición es una facultad que ya está funcionando en un grado u otro en nosotros. Sería muy difícil desarrollar la intuición si se tratase de algo completamente extraño a nuestras capacidades actuales, pues una cosa solo la podemos desarrollar en la medida en que está presente en nosotros en alguna medida.

Qué es la intuición?. Al hablar de la intuición me refiero a las facultades mentales superiores, al nivel superior de la mente o nivel intuitivo. No nos referimos ahora a lo que se entiende a veces como intuición sensorial -lo cual está más relacionado con el instinto- sino con la intuición que se experimenta por la vía intelectual.

Requisitos para su desarrollo.

Uno de los requisitos previos para el desarrollo de la intuición es que la persona esté ya dotada de la facultad de razonar a niveles abstractos, y también que la persona se sienta interesada por todo lo que sean conocimientos, por saber el porqué de las cosas; o sea, ha de poseer una inquietud por conocer la verdad de las cosas sin conformarse con las verdades que nos son dadas ya confeccionadas. Este interés en ver por sí mismo, en comprender, en penetrar por uno mismo, junto con la capacidad de pensar a un nivel abstracto con cierta soltura, revelan que la intuición ya está funcionando, que los niveles superiores, en algún grado, ya están en acción. Hoy en día esto se produce en un gran número de personas; personas, podríamos decir, polarizadas hacia la mente superior -aunque no necesariamente de cultura superior, lo que es distinto-.

Obstáculos al desarrollo de la intuición:

  • La crispación mental. Podemos señalar, como ejemplo, la crispación que uno tiene alrededor de determinadas ideas que se refieren en sí mismo, problemas personales que le hacen a uno estar pendiente constantemente de su afirmación, de su reivindicación, o de peligros psicológicos más o menos reales, etcétera. La persona que está constantemente centrada intelectualmente en la propia conservación, está impidiendo el ejercicio de la mente en cualquier otra dimensión, en cualquier otra dirección.
  • La rigidez mental. También existen personas con una estructura mental excesivamente rígida, y aunque en estos casos pueda existir una base para la intuición, lo que les resulta difícil es desarrollarla porque les cuesta mucho adoptar actitudes intelectuales nuevas.
  • La idea de que no tenemos intuición. Hay muchas personas con muy buenas dotes intelectuales, pero que creen que la intuición no existe. Esta idea está muy arraigada especialmente en los que tienen que pensar mucho en las cosas de la vida concreta, o que por su tipo de trabajo necesitan manejar las situaciones controlándolas con la mente, pasándolo todo por el filtro de la mente, y que han de adoptar una actitud crítica constante, permanente, porque su vida así se lo exige. Estas personas tienen una idea muy concreta de que el tema de la intuición no va con ellas. Aunque puedan aceptar teóricamente que la intuición es posible, viven con la actitud de que en ellos no funciona, o que no es fiable; o sea, que tienen respecto a la intuición una actitud mental negativa.

Y es que la actitud crítica ejerce en nosotros una función de seguridad, pues hemos comprobado que a medida que hemos tenido un mayor criterio, más capacidad de juicio, hemos podido salvar obstáculos y nos hemos defendido de toda clase de engaños, de errores, de falsos caminos en la vida. Y es lógico que conociendo como es la vida humana, uno crea que para conseguir progresar lo importante es saber pensar con claridad y saber defender sus ideas, y que cualquier otra actitud que no sea este juicio claro, objetivo, concreto, puede presentar para nosotros un peligro y lo veamos como algo extraño o derivado de estados predominantemente emocionales o irracionales. Esto ha creado en todos quienes llevan una vida racionalmente intensa, una crispación muy fuerte alrededor de su capacidad crítica, y todo lo que se salga de esta posibilidad crítica lo registran como un peligro para su propia seguridad, o como una posible disminución de sus medios conocidos para tirar adelante, para progresar.

La Intuición no anula lo racional. 

Hay que comprender que desarrollar la intuición no quiere decir prescindir de nuestra capacidad crítica, lógica, analítica, inductiva y deductiva, no consiste en retrogradar mentalmente, en ir hacia un mundo de sensaciones o impresiones subjetivas a las cuales a veces se las llama -de un modo inadecuado- intuición. A veces se llama intuición a acciones de personas que piensan poco y que se dejan llevar por su impulso natural, o por su instinto (en los varios niveles en que se manifieste este instinto).

La intuición, en el sentido de facultad superior, no consiste nunca en esto, en descender de nivel mental. Y es natural que se recele de esto, porque hay en nosotros una defensa contra el abandono de nuestra actitud racional; pero esta defensa contra un posible descenso de nuestro nivel de conciencia se convierte, en cambio, en obstáculo para poder superar e ir más allá de ese nivel crítico, de ese nivel lógico.

Por lo tanto, se trata de ver que existe una posibilidad de desarrollar una capacidad perceptiva que está por encima de nuestra mente y no por debajo; y que esto no consiste en dar rienda suelta a sensaciones, emociones, impulsos, sino que consiste en abrirse a otro nivel en el que hay una percepción superior. Esto requiere que se aprenda a aceptar que el desarrollo de la intuición consiste simplemente en que nuestra mente adopte una actitud más inclusiva. Nuestra mente se distingue por su capacidad de separación, de clasificación, de ordenación, de delimitación; esto son funciones específicas de la mente. Pero para llegar al nivel intuitivo es preciso que ensanchemos su horizonte, sin anular su trabajo de delimitación como función interior de la mente.

Esta función de delimitación es la que pone límites, limita nuestro campo mental habitual. Pero que correcto es que esta función de delimitación actúe dentro del campo de la mente, en su interior (para ser operativa en su interior), sin establecer bordes externos, sin establecer límites a la mente entendida como una globalidad.

Mente Universal.

La experiencia indica que existe un nivel de realidad en el cual las cosas se ven tal como son, en el cual se ven las verdades de las cosas, se ve la razón de ser de las cosas. Esto parece un poco extraño, parece que demos un salto al vacío, pero quizás esta idea puede servir para ejercitar ya desde ahora nuestra capacidad intuitiva. Cuando se llega a establecer un contacto consciente y de cierta duración en el plano superior de la mente, uno se da cuenta de que todo cuanto existe en nuestro mundo conocido, -no sólo en el mundo material sino también en el mundo anímico-, existe asimismo en un nivel de la mente, pero no de mi mente, sino en el nivel de la mente en sí misma, o sea en un nivel de la mente como una realidad objetiva y extra-personal. De modo que mi mente no sería nada más que una inserción en ese plano, en ese mundo de la mente universal (o cósmica, u otro nombre preferido por nosotros).

Parece ser, pues, que existe un nivel donde todas las cosas son en tanto que idea. No es que este mundo de las ideas sea un reflejo de las cosas, sino que uno se da cuenta de que las cosas son solo porque existen en tanto que idea, que el verdadero ser de cada cosa está en la idea de la cosa, que la verdadera realidad es la que tiene lugar en el plano de la mente y no en el plano de los sentidos. Entonces se percibe que el mundo de los sentidos no es nada más que un plano de la mente visto a través de otro subplano de la mente, que es nuestro campo de conciencia interna. O sea, que se trata de un campo mental, de una realidad mental, vista desde otra realidad mental.

Vemos que todo es una realidad mental. Todo lo que percibimos con los sentidos existe para nosotros en la medida en que tenemos conciencia de ello. Toda conciencia de algo es un modo de conocer mentalmente aquel algo.

Por lo tanto, en lugar de un conocimiento directo de las cosas, el conocimiento nos viene a través de unos modos determinados (de conocimiento), a través de unos planos espaciales diferenciados dentro de nuestro campo de conciencia, de nuestro mundo sensible anímico, interno.

Así, al ser reales las cosas en tanto que ideas, lo que llamamos materia y lo que llamamos fenomenología sensible no son nada más que una expresión de esta realidad mental. No pretendo meterme aquí en comparaciones con ninguna escuela filosófica, comparando esto con Platón, Plotino, u otros filósofos. Seguramente el que conozca esas materias encontrará aquí algo familiar, pero yo al hablar de esto no me apoyo en absoluto en ninguna escuela; procuro mantenerme dentro de un terreno experimental, y lo que digo es que experimentalmente se percibe que las cosas, el verdadero ser de las cosas, son ideas.

Y cuando uno ve la realidad de las cosas en el mundo de las ideas, uno las ve no sólo en tanto que una representación vista en sección, sino que uno ve las cosas desde todos sus ángulos, las ve por dentro y por fuera, las ve en tanto que contenido y en tanto que intuición, o sea que se trata de una visión pluridimensional, que incluye bastantes más dimensiones de las tres que en nuestro mundo consideramos únicas.

Entendido lo anterior, vemos, pues, que nosotros también somos una expresión del mundo de las ideas, también somos idea. Es necesario distinguir entre lo que poseo -que son ideas- y lo que yo soy como sujeto poseedor -que soy también idea-; incluyendo en la noción de sujeto a toda mi estructura integral, mi mente, mi cuerpo, mi afectividad, todo.

Apertura al nivel intuitivo.

Creo que queda claro que lo que hemos de desarrollar no es la intuición sino nuestra capacidad de dejar que la intuición se exprese en nosotros. El nivel intuitivo en sí, ya es conocimiento, éste ya está presente; el único problema es que nuestra mente personal, nuestra unidad de atención, aprenda a sintonizarse y a permitir que a través de ella se canalice este conocimiento. Hay dos modos distintos de progresar en la intuición: (1) abriéndome a la intuición para que ésta se exprese en mí, y (2) aprendiendo a subir yo al nivel donde existe el conocimiento.

  1. Si yo me quedo en estado receptivo, atento, despierto, centrado, con un interés decidido hacia algo, la intuición descenderá hacia mi mente, y yo descubriré que me vienen visiones nuevas, perspectivas diferentes sobre aquel asunto. Es la intuición que desciende, y los datos que nos aporta siempre son ciertos. Esta es una de las ventajas de la intuición, la cual siempre tiene razón, siempre nos ofrece la verdad. Pero en cambio tiene el inconveniente de que siempre es fragmentada, porque al bajar se adapta, se adecua a la estructura mental que encuentra, con sus condicionamientos previos.
  1. También hay la posibilidad de subir por vía interna -sintiendo que se asciende en línea recta-, dejando de estar en nuestro mundo representativo personal, en nuestra estructura mental concreta. Esto de ascender a un nivel superior no es sólo una imagen literaria sino que responde a una experiencia real; existe un nivel en el cual las verdades existen y yo puedo, interiormente, ascender a este nivel, situarme allí y ver desde allí. Y las cosas que se ven desde allí no son nunca fragmentarias o condicionadas por mis estructuras, sino que se ve desde el conocimiento puro, se ven las cosas en su verdad.

Hay una característica que distingue estos dos tipos de intuición. La intuición que me viene es siempre una intuición de conocimiento; en cambio cuando yo voy allí, la verdad que vivo es al mismo tiempo un estado de ser; el cual es, simultáneamente, potencia y verdad.

Desarrollar la intuición no se puede hacer como un hobby, sino que requiere una dedicación plena, requiere que yo trascienda los mecanismos de defensa de las estructuras de mi mente personal. Yo estoy normalmente apoyándome en unas ideas que son para mí una defensa contra mi sensación de inseguridad, contra mi incertidumbre interior; las ideas que yo soy fulanito de tal, de que yo valgo mucho, de que tengo un status social, que la gente me aprecia, que tengo unos valores, o sea, lo que se entiende como la estructura del yo-idea. Todos estamos apoyándonos en este yo-idea; y cuanto más rígida es esta estructura más difícil es que la intuición pase a través de ella. Para abrirse a la mente superior o para ascender a ella es preciso trascender todo este entramado del yo-idea (lo que a veces se produce accidentalmente, de una manera inesperada).

Efectos de la intuición.

Cuando uno va adquiriendo este conocimiento directo, eso va produciendo una serie de efectos importantes dentro de la personalidad. Uno no puede tener acceso a estos niveles, uno no puede conocer algo de la verdad -aunque esta verdad se refiera sólo a cosas de tipo filosófico o religioso (y no personales)-, y después seguir con el mismo ritmo de vida de antes. En la persona se produce una transformación desde dentro. Establecer contacto con el nivel intuitivo es descubrir que yo tengo una dimensión más grande de la que me había formulado. Esto, poco a poco, va echando por tierra mis ideas sobre mi mismo, sobre mis identificaciones y mis delimitaciones. Por eso muchas veces es difícil avanzar en el desarrollo de la intuición, porque hay resistencias, porque uno querría conservar toda su estructura personal, todos los atributos personales, yo, fulanito de tal, muy inteligente, muy admirado, muy importante.

Esta es una actitud falsa que no responde a la realidad de esta dimensión superior de uno mismo. A medida que la verdad va penetrando en nosotros, llega un momento en que se plantea el desafío de estas dos posturas opuestas: a) o la verdad es lo más importante; b) o lo más importante soy yo fulanito de tal, inteligente, admirado, etcétera. Entonces uno se da cuenta de que para conocer la verdad superior, la verdad total, uno tiene que ponerse totalmente a la expectativa, en un estado de ignorancia total; uno se da cuenta de que no puede exigir nada, que el camino para ser esta verdad consiste precisamente en neutralizar toda exigencia personal.

Ocurre en esto el caso frecuente de que una persona, después de dos o tres manifestaciones intuitivas importantes, se entusiasma y entonces quiere empezar a usar la intuición como un medio de manipulación de las situaciones de la vida, y entonces, de repente, la intuición se acaba. ¿Por qué? Porque la persona pretende poner el conocimiento intuitivo al servicio del yo personal, como si se tratara de un atributo más del yo personal; y precisamente con ese gesto se corta la posibilidad del contacto intuitivo.

Esto demuestra que tanto el desarrollo de la intuición como el de todas las facultades superiores, precisan de que lo personal esté funcionando de un modo equilibrado, sano, pero no de un modo crispado y pendiente de la reafirmación del personaje que uno cree ser. Mi yo personal ha de madurar para vivir de un modo seguro, tranquilo, para darme cuenta de que yo soy yo, y que no necesito estarlo demostrando constantemente. El yo sano, no depende de que los demás, las cosas, el mundo, estén a mi servicio, sino de que yo esté equilibrado en mí y en un buen grado de integración con el mundo. Habitualmente no es así, y estamos pendientes de las opiniones y de las actitudes de los demás respecto a nosotros, de si las cosas nos salen bien o mal, etcétera.

El hecho de conocer eso que explico, de mirarlo una y otra vez, es ya una cierta preparación para acceder a la intuición. El acto de mirar y de volverlo a mirar y de verlo más a fondo cada vez, esto ya es en sí un proceso, una fase necesaria y preparatoria. Cuando uno llega a comprender el sentido de relatividad de lo personal, muchas ideas y actitudes personales comienzan a neutralizarse.

Dos técnicas específicas

Para el desarrollo de la intuición podemos señalar dos técnicas idóneas: son la neutralización mental (o silencio), y la dedicación total (o sobre-esfuerzo). Habiendo hablado en muchas otras ocasiones del silencio, explicaré ahora sólo la idea y actitud personal en que se fundamenta la dedicación total o el sobreesfuerzo.

Esta técnica consiste en aprender a estar totalmente activo, mental y físicamente, en cualquier cosa que se haga. Se puede cultivar la dedicación total (o sobreesfuerzo) dirigida a una sola actividad o se puede hacer viviendo con plena capacidad cada instante, sea cual sea la cosa que se haga. Esto conducirá a estar todo yo presente siempre y a liquidar muchas de las «cargas» del inconsciente, lo que será una preparación excelente para dar luego paso a la intuición.

En el aspecto mental, es evidente que cuando yo aprendo a poner toda mi capacidad mental en cada instante, con las implicaciones y complejidades que cada situación comporta, yo estoy haciendo actuar todos los niveles de mi mente, desde el más externo al más profundo. Se trata de que yo esto lo haga siempre, de que aprenda a emplear toda mi capacidad de atención en cada instante. Se trata de invertir todo mi capital interior en un momento dado de mi vida, sin esperar a que me empujen a hacerlo situaciones de emergencia. De hecho, cada momento puede ser para mí una situación de emergencia si aprendo a vivirlo como si de él dependiera toda mi vida. No es necesario esperar a que este momento lo sea de verdad, porque en realidad ya lo es para el propio desarrollo y para el triunfo de mis aspiraciones.

Al obligarse a utilizar todo el interés y toda la capacidad mental disponible, esta actitud de vivir las situaciones con una penetración plenamente consciente nos llevan al límite de nuestra mente, de nuestra capacidad normal, habitual, y entonces se produce en nosotros el descenso de lo que está más allá del límite de la mente; y lo que está más allá de los límites del plano mental es el plano intuitivo. Al estar todo yo atento, en todos los sentidos, a la situación, estoy produciendo hacia mí un drenaje, una aspiración (en el sentido mecánico de bomba aspirante), de lo que hay detrás de la situación. Esta intuición desarrollada a través de una plena actividad es como una apertura o un alargamiento del horizonte, hacia dentro y hacia fuera, hacia arriba y hacia abajo, de mi estado mental corriente. Este desarrollo de la mente tiene la capacidad no sólo de permitirnos conocer la verdad sino, sobre todo, la de permitirnos transformar las cosas, y la de transformar nuestra vida.

Antonio Blay, «Conciencia, Existencia y Realización. Lecciones y Diálogos»,

Nov. 1995. Cap. 4 El desarrollo de la Intuición.

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